Quizás ninguno de los músicos que hicieron la travesía por el río Magdalena,
ni los periodistas, ni los invitados, ni los espectadores del propio municipio,
sepan que el primer Festival de Jazz de Mompox nació en la casa de Walter
Gurth; un austríaco que cruzó el mundo “abandonando la modernidad” para, después
de diez años de bitácoras marinas, cambiar su velero por una casa colonial
abandonada en la ribera polvorienta de la Depresión Momposina.
Walter restauró esa casa y abrió un restaurante donde ofrece pizzas y otras
comidas que él mismo prepara. Un día, atraído por la creciente fama del
austríaco, el actual Gobernador de Bolívar, Juan Carlos Gossaín, fue a
visitarlo. Desde entonces, entablaron una amistad en la que recorren el arte y
la cultura (el Gobernador tiene una Maestría en estudios culturales).
En esos recorridos surgió la inquietud de hacer algo para promover el
turismo de Mompox, manteniendo la cultura como eje del municipio. “La respuesta
fue el Jazz”, dice el músico y carticaturista José Alberto Martínez, mejor
conocido como “Betto”, director artístico del Festival. Y añade: “el jazz y el
blues tienen el espíritu aventurero, libre y entrañado del río, igual que el
espíritu que vive desde siempre en esta ‘ciudad valerosa’”.
Si se cumple la promesa del Gobernador Juan Carlos Gossaín, de mantener la
continuidad del Festival, miles de visitantes podrán disfrutar los colores con
los que el jazz pinta a este patrimonio de la humanidad que es Mompox; una
historia palpitante en las calles, en las casas coloniales, en la gente, lo
cual obliga a pensar que allí, hace mucho tiempo, ocurrieron cosas importantes
y legendarias. Eso se respira en el aire y se mete por los vericuetos del alma.
Especialmente los niños abarrotaron las primeras filas de la presentación
del maestro sucreño del jazz, Justo Almario, y bailaron al son de un género
musical nuevo para ellos, que ahora hará parte de su naciente formación cultural.
“Desde que tengo uso de razón, no había visto algo así en el pueblo. Es lo
mejor que han hecho”, expresa convencido un niño, siguiendo el paso al saxofón.
Puede que las próximas generaciones no recuerden la anécdota de cómo nació
el Festival de jazz de Mompox. Tal como ocurrió con la historia del famoso
Festival de la Leyenda Vallenata, contada hoy desde Valledupar sin que se reconozca
al árbol frondoso de Aracataca, Magdalena.
Cuentan los que saben, que un día de 1968, bajo esa sombra centenaria, Álvaro
Cepeda Samudio organizó una parranda tan grande de acordeoneros en honor a su
amigo, Gabriel García Márquez, que de ahí surgió la idea de continuarla para
conmemorar “Cien años de Soledad”.
Ya ha empezado esta historia de Jazz en las riberas del Magdalena. Tal vez
le ocurra también a ella lo que suele ocurrir en Mompox, donde “se acuesta uno
y amanecen dos”.
Recorrido por el río Magdalena hasta llegar a Mompox.
(Juan
David Campos, Saxofonista) Juan David Campos, quien casi no llega a coger el ferri que
cruza el río Magdalena hasta llegar a Mompox, estuvo presente durante toda la
velada; siempre en compañía del saxofón y de su buena música.
(Niños
Guacamayos) Los niños se visten de color y arropan la festividad de las
calles. Emulando a los guacamayos que revolotean en la selva tropical, ellos aletean
en las esquinas y se unen a la algarabía multicolor del jazz, que ahora forma
parte de su entorno.
(Justo
Almario, flauta)
El maestro jazzista de Colombia, Justo Almario, deleitó a los momposinos con
maravillosas melodías, acompañado de la Young Big Band de Comfenalco.
(Walter
Gurth)
Walter Gurth es, además de un excelente cocinero, tallador de madera. Su casa,
rebosante en encantos artesanales, irradia la esencia de una alma viajera que
encontró la paz en la isla del Magdalena.
(Cuarteto
Guayaba Club)
Para finalizar la noche, el cuarteto barranquillero, Guayaba Club, tocó en el restaurante
El Fuerte, de Walter Gurth, en homenaje a los músicos que se dieron cita en el
Festival. La brisa nocturna y el susurro del río también se unieron al blues y
al jazz que esperan volver el próximo año.