Colombia

Videoclip Flashback_ La Margarita
 

 Flashback significa o hace referencia a algo que ya se ha vivido, un regreso o retorno a una emoción, sensación o historia que se pasea levemente en el recuerdo. A través de Flashback se cuenta un viaje cuyo hilo conductor son unos pies; unos pies que simboliza ese caminar diario que hacemos para crecer, para descubrir. Ese camino por el que pasamos a veces seguros o inseguros, alegres o tristes, enamorados o despechados, a veces incluso sin saber que al caminar estamos haciendo camino (como ya decía Antonio Machado en Caminante no hay camino). Caminos que nos llevan a nosotros mismos, a desvelarnos tal y como somos, a buscar incesantemente hacia dónde vamos para encontrarnos finalmente con un retorno: una vuelta al origen. Dentro de la disparidad y las diferencias entre los seres humanos, esa confrontaciones culturales, étnicas, religiosas o políticas... nos encontramos con que todos estamos hechos de lo mismo y esas distancias se pierden en el momento usamos los ojos para mirar, la boca para besar, las manos para acariciar o los pies para caminar.

Como en el viajes de Ulises en la Odisea, los hombres pasan por dificultades en el camino que los hace crecer y madurar, pero también pasan por la esencia, la plenitud y la belleza de la vida que los hace amar. Así, ante esa búsqueda incesante que nos hacemos en a lo largo de nuestra vida ¿quién soy?, ¿hacia dónde voy? ¿De dónde vengo? y en ese ruidoso camino por llegar a encontrar respuestas, nos topamos con el retorno a los orígenes: La primera mirada (la inocente mirada de un niño que se pregunta por qué se necesita calzado para andar o ropa para vestir si la naturaleza viene desnuda). Aún así, el video termina con unos pies que siguen caminando y salen del plano, por lo tanto, deja la sensación de que los pasos, a pesar de haberse encontrado, seguirán en el camino. La metáfora del mar y las olas simboliza el devenir de la vida. Ellas también se retrotraen en una búsqueda para desembocar rompiendo en la costa entre la espuma y el salitre y dejan, por un tiempo efímero, la huella en la arena; como nuestro pasar por la tierra, que es como una danza en la orilla que luego se borrará por la brisa y las nuevas olas al pasar.

'La Margarita' es el grupo que protagoniza y camina al compás de las notas en su transcender hacia un viaje que apenas está comenzando. Ellos pasean por él casi desapercibidos y sin saber que sus andares están dejando señas que otros rastrearán en un futuro. La idea del tiempo, el viaje, el camino, la danza, la música o el mar junto con la llegada y la incertidumbre de no saber a dónde llegas (pero saber que estás en el buen camino) es la esencia que pretende mostrar el clip.
 


Mompox se pinta de Jazz

Realizado por: Jorge Mario Sarmiento Figueroa y Paula Romero González 

Quizás ninguno de los músicos que hicieron la travesía por el río Magdalena, ni los periodistas, ni los invitados, ni los espectadores del propio municipio, sepan que el primer Festival de Jazz de Mompox nació en la casa de Walter Gurth; un austríaco que cruzó el mundo “abandonando la modernidad” para, después de diez años de bitácoras marinas, cambiar su velero por una casa colonial abandonada en la ribera polvorienta de la Depresión Momposina.


Walter restauró esa casa y abrió un restaurante donde ofrece pizzas y otras comidas que él mismo prepara. Un día, atraído por la creciente fama del austríaco, el actual Gobernador de Bolívar, Juan Carlos Gossaín, fue a visitarlo. Desde entonces, entablaron una amistad en la que recorren el arte y la cultura (el Gobernador tiene una Maestría en estudios culturales).

En esos recorridos surgió la inquietud de hacer algo para promover el turismo de Mompox, manteniendo la cultura como eje del municipio. “La respuesta fue el Jazz”, dice el músico y carticaturista José Alberto Martínez, mejor conocido como “Betto”, director artístico del Festival. Y añade: “el jazz y el blues tienen el espíritu aventurero, libre y entrañado del río, igual que el espíritu que vive desde siempre en esta ‘ciudad valerosa’”.

Si se cumple la promesa del Gobernador Juan Carlos Gossaín, de mantener la continuidad del Festival, miles de visitantes podrán disfrutar los colores con los que el jazz pinta a este patrimonio de la humanidad que es Mompox; una historia palpitante en las calles, en las casas coloniales, en la gente, lo cual obliga a pensar que allí, hace mucho tiempo, ocurrieron cosas importantes y legendarias. Eso se respira en el aire y se mete por los vericuetos del alma.

Especialmente los niños abarrotaron las primeras filas de la presentación del maestro sucreño del jazz, Justo Almario, y bailaron al son de un género musical nuevo para ellos, que ahora hará parte de su naciente formación cultural. “Desde que tengo uso de razón, no había visto algo así en el pueblo. Es lo mejor que han hecho”, expresa convencido un niño, siguiendo el paso al saxofón.

Puede que las próximas generaciones no recuerden la anécdota de cómo nació el Festival de jazz de Mompox. Tal como ocurrió con la historia del famoso Festival de la Leyenda Vallenata, contada hoy desde Valledupar sin que se reconozca al árbol frondoso de Aracataca, Magdalena.

Cuentan los que saben, que un día de 1968, bajo esa sombra centenaria, Álvaro Cepeda Samudio organizó una parranda tan grande de acordeoneros en honor a su amigo, Gabriel García Márquez, que de ahí surgió la idea de continuarla para conmemorar “Cien años de Soledad”.

Ya ha empezado esta historia de Jazz en las riberas del Magdalena. Tal vez le ocurra también a ella lo que suele ocurrir en Mompox, donde “se acuesta uno y amanecen dos”.



Recorrido por el río Magdalena hasta llegar a Mompox. 



(Juan David Campos, Saxofonista) Juan David Campos, quien casi no llega a coger el ferri que cruza el río Magdalena hasta llegar a Mompox, estuvo presente durante toda la velada; siempre en compañía del saxofón y de su buena música.
  


(Niños Guacamayos) Los niños se visten de color y arropan la festividad de las calles. Emulando a los guacamayos que revolotean en la selva tropical, ellos aletean en las esquinas y se unen a la algarabía multicolor del jazz, que ahora forma parte de su entorno.
  

(Justo Almario, flauta) El maestro jazzista de Colombia, Justo Almario, deleitó a los momposinos con maravillosas melodías, acompañado de la Young Big Band de Comfenalco.

 

(Walter Gurth) Walter Gurth es, además de un excelente cocinero, tallador de madera. Su casa, rebosante en encantos artesanales, irradia la esencia de una alma viajera que encontró la paz en la isla del Magdalena.

 

(Cuarteto Guayaba Club) Para finalizar la noche, el cuarteto barranquillero, Guayaba Club, tocó en el restaurante El Fuerte, de Walter Gurth, en homenaje a los músicos que se dieron cita en el Festival. La brisa nocturna y el susurro del río también se unieron al blues y al jazz que esperan volver el próximo año.

Invasión de inocencia





Sobre las cenizas raspadas de pobreza, la tapa de un ventilador es la sartén  que mece el plato de cada día. Detrás, las telas visten la esencia de una tierra virgen y el secado de las prendas se camufla con el aroma de un verde natural. 




Lo demás anda desnudo y nutre de inocencia las pisadas descalzas de un niño, que danza al ritmo de los vaivenes de la tierra. Una tierra que no conoce de nombres, ni de patrias, ni de fronteras. Anónima en la unión de quienes las componen, pero renombrada en los vínculos de quienes la cultivan. 



Junto a las playas de Salgar hay un caserío de invasión. Gente que huyó de la guerra y en el camino crearon sus hogares. Se refugian en la oscuridad de lo que sólo sus sentimientos conocen y las tejas de madera, confundidas con la arena, son el hospedaje y la cuna de una sonrisa. 



Lejos de la urbe que asola las ciudades, el contraste selvático se impone frente al ladrillo que ya construye, como veneno sin remedio, los cercos de nuestra propia cárcel. Tras el muro, una mirada intimida la presencia de los invasores, extraños y mercaderes que un día desplazaron a gente inocente obligándola a aprender a vivir presa de su propia libertad.





La belleza de la sencillez está en saber descubrirla. Los argumentos son un pretexto para encontrar ese cruce de miradas en el destello de un juego infantil, ajeno al que mira.
La belleza se hizo verde sobre columnas grises. El atardecer fue sorprendido por la cándida luz del porche. Y las almas que lo albergaban durmieron en la serenidad de la noche. 





Dale a un niño una pelota y míralo mover el mundo. Todo lo que les rodea pierde importancia. Corren descalzos, sucios, felices, dejan atrás el circo de los hombres. Ahora tienen su propia pelota, que brilla como un sol.



El marco azulino se confunde con el mar que desemboca en el abrazo curtido de un patriarca y en la piel jazmín de un recién nacido. Los ríos son las vidas que van a parar al mar. Donde nacen, donde mueren. 




(Primer artículo publicado en El Heraldo en la columna de Edgar García, Flash aquí

Colombia, tierra que me acompaña desde hace ya algún tiempo y resuena en mis oídos a través de un buen amigo paisa o de una gran compañera costeña, vuelve ahora en la vigía para colarse entre los sigilos exasperados de una tierra callada y castigada por el devenir de los acontecimientos, por los maremotos de la historia. Una tierra anclada en su condición humana y alejada aún del embrujo imperialista acosador; una tierra fértil y viva, dura y salvaje, tierra de hombres, tierra de todos. 

Apenas han pasado unas semanas y ya empiezo a desvelar los secretos claroscuros de este destino enigmático, imaginativo y encantado. Su gente, los lugares, las comidas… todo un mangar de extravagancia y brebaje cultural que desemboca en bravío mar de las sensaciones, y festeja la resplandeciente amistad, casi fraternal, de un pueblo que te abre sus brazos y te regala su alma. 

Barranquilla, y he de añadir al pequeño pueblo de la región, Santo Tomás, ciudad de hospedaje y entusiasta bienvenida, ha sido la cuna de mi sonrisa y la puericultora de mis primeros pasos por un camino que tan lejos queda de mi lugar de origen (Andalucía), como  semejanza que de ella recoge. 

Cada esquina se me presenta como una sorpresa y un nuevo descubrimiento en este paraje tan encantado como mágico, y me sumerge de lleno en los escenarios más variopintos, inusuales y exóticos del otro lado del Atlántico. Un lugar donde hay cabida para todo y donde las inesperadas ofrendas  al que el país te invita, muy lejos queda de los falsos estigmas que el espectáculo mediático ha querido destacar. 

Ya empiezo a desfilar por los barrios, las calles y los escondrijos expectantes custodiados por la urbe y el sofocante calor caribeño, ya empiezo a comprender ese realismo mágico de Gabriel García Márquez y su universo netamente humano; Ya desmiembro en cada suspiro y reconstruyo en cada parpadeo el flujo de esa esencia ‘macondiana’ que custodiaba mis noches de insomnio y brillaba en la imaginación de mis pensamientos.  

Ya empiezo a desvelar ese trasfondo que se esconde entre la disparidad de lo humilde y lo villano y absorbo, como si del último suspiro se tratase, hasta la última gota de este ensordecedor destino que ahora se rinde a mis pies y me brinda una nueva ruta.

Paula Romero González

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