(Primer artículo publicado en El Heraldo en la columna de Edgar García, Flash aquí)
Colombia, tierra que me acompaña
desde hace ya algún tiempo y resuena en mis oídos a través de un buen amigo
paisa o de una gran compañera costeña, vuelve ahora en la vigía para colarse
entre los sigilos exasperados de una tierra callada y castigada por el devenir
de los acontecimientos, por los maremotos de la historia. Una tierra anclada en
su condición humana y alejada aún del embrujo imperialista acosador; una tierra
fértil y viva, dura y salvaje, tierra de hombres, tierra de todos.
Apenas han pasado unas semanas y
ya empiezo a desvelar los secretos claroscuros de este destino enigmático,
imaginativo y encantado. Su gente, los lugares, las comidas… todo un mangar de
extravagancia y brebaje cultural que desemboca en bravío mar de las sensaciones,
y festeja la resplandeciente amistad, casi fraternal, de un pueblo que te abre
sus brazos y te regala su alma.
Barranquilla, y he de añadir al
pequeño pueblo de la región, Santo Tomás, ciudad de hospedaje y entusiasta bienvenida,
ha sido la cuna de mi sonrisa y la puericultora de mis primeros pasos por un
camino que tan lejos queda de mi lugar de origen (Andalucía), como semejanza que de ella recoge.
Cada esquina se me presenta como
una sorpresa y un nuevo descubrimiento en este paraje tan encantado como mágico,
y me sumerge de lleno en los escenarios más variopintos, inusuales y exóticos
del otro lado del Atlántico. Un lugar donde hay cabida para todo y donde las
inesperadas ofrendas al que el país te
invita, muy lejos queda de los falsos estigmas que el espectáculo mediático ha
querido destacar.
Ya empiezo a desfilar por los
barrios, las calles y los escondrijos expectantes custodiados por la urbe y el
sofocante calor caribeño, ya empiezo a comprender ese realismo mágico de Gabriel
García Márquez y su universo netamente humano; Ya desmiembro en cada suspiro y
reconstruyo en cada parpadeo el flujo de esa esencia ‘macondiana’ que
custodiaba mis noches de insomnio y brillaba en la imaginación de mis
pensamientos.
Ya empiezo a desvelar ese trasfondo que se
esconde entre la disparidad de lo humilde y lo villano y absorbo, como si del
último suspiro se tratase, hasta la última gota de este ensordecedor destino que
ahora se rinde a mis pies y me brinda una nueva ruta.
Paula Romero González
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