Inquietudes literarias

Calles

Las calles son las grandes testigos de nuestra historia. A ellas:

Calles que cuelgan,
como la primavera al frío,
la excelencia renombrada
para escuchar el jaleo de la muchedumbre.
Paseos asfaltados que sustentan,
como testigos honrosos,
las revueltas esperadas que
vislumbran,
el despertar colectivo.

Paula Romero González
 
 


‘Perroflautas y la señora con traje’

(Relato corto que enlaza con un artículo de opinión escrito durante el levantamiento del movimiento 15M en España: aquí)

El reloj marcaba las siete y ocho minutos, en la televisión de fondo sonaba una tertulia de parlanchines baratos comercializando sobre vidas ajenas, los ovillos de diversos colores rodaban por el salón mientras Gozzi, un siamés de blancura opaca, jugaba con los resquicios de un poncho que parecía no tener fin.
En la mesa del comedor, María amasaba la carne para unas croquetas que le había prometido a su nuera. María estaba triste y cansada, su mirada se perdía en el decorado de luces de un plató de Telecinco y sus oídos habían dejado de escuchar el ruido, que como si de una pelea de gallos se tratase, envolvía su pequeño hogar.

María estaba embobada a la caja iluminada pero pensaba en la factura de luz. Este mes habían sido 140 euros. Pensaba en su hija Rosa, la mayor, la habían despedido hacía dos días. Pensaba en su marido, ¡Qué en paz descanse!, pensaba en Dulce, la panadera del primero a la que habían deportado de nuevo a su país por no mantener los papeles en regla. Amasaba y amasaba, y evitaba que los pensamientos la ahogaran en un profundo llanto.

El tic-tac resonaba en su cabeza, como un compás lento, armonioso, casi premonitorio. Las horas le describían sus arrugas y las croquetas la distraían de la muerte.

De pronto, escuchó un leve pero fortuito jaleo en la calle. Lo oyó pero quedó inmersa en su ensimismamiento durante unos minutos más. Esteban gritaba y los barullos callejeros se unían en sintonía. Pero el ruido se hizo más fuerte, los silbidos más agudos, los cristales vibraban.

María volvió a mirar el reloj. Eran las nueve menos cuarto. La noche ya había caído pero las calles estaban más iluminadas que nunca. Dejó la masa de las croquetas, apagó la tele. La muchedumbre parecía haber entrado en su pequeña y acogedora casa, pero no. Se asomó a la terraza y vio una larga cola que ahogaba las calles en lemas revolucionarios y pancartas esperanzadoras. Vislumbró una multitud que con las manos levantadas reclamaban sus derechos, vio a jóvenes y no tan jóvenes en las calles pidiendo a gritos todo aquello que ella bajo el régimen nunca pudo pedir. Una vida digna.

María cerró el balcón, bajó la persiana, caminó hacia su cuarto y buscó sus mejores galas. Aquello había que celebrarlo. Se puso unas medias de color que le tapasen las varices que los años le habían creado. Buscó su chaqueta rosa de grandes botones dorados, aquella que se puso la última vez que fue con Fermín, su marido, al teatro. Se aseó, pintó y perfumó. Por primera vez en mucho tiempo, volvió a perfilarse los labios como lo hacía de joven cuando a escondidas de sus padres se maquillaba mientras bajaba el ascensor. Sacó de la mesita de noche el pañuelo de su madre y se lo colocó al estilo de los 70. Cogió su bolso preferido y se dispuso a salir a la calle, con la muchedumbre. Se dispuso a unirse a los gritos, a ser una más, a vivir.

Mientras bajaba las escaleras apenas se acordó de la ciática, ni de los juanetes que por la noche le quitaban el sueño. No se acordó de las pastillas que la mantenían con vida, ni de la espesa masa que sobre la mesa había dejado.

En la calle, todos la miraban con una sonrisa. María, con los ojos iluminados y al compás del movimiento fluctuante que invadía las calles, danzó como si los años no pesaran, como si el espíritu rejuveneciese. Se perdió entre la juventud que le devolvía estigmas de años perdidos y olvidados.

Por primera vez, de golpe y porrazo, había despertado. Y de su despertar, solo le quedaba la esperanza de ver en batalla, después de años de silencio y tardes de sofá en blanco, a sus compatriotas luchando, sin armas, por recuperar la esencia inalienable de una multitud de sueños olvidados.  

Paula Romero González

Cien años de soledad

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia....


Pablo Neruda

me gustas cuando callas...
Me gustas cuando callas porque estás como ausente, 
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. 
Parece que los ojos se te hubieran volado 
y parece que un beso te cerrara la boca. 

Como todas las cosas están llenas de mi alma 
emerges de las cosas, llena del alma mía. 
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, 
y te pareces a la palabra melancolía. 

Me gustas cuando callas y estás como distante. 
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. 
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: 
déjame que me calle con el silencio tuyo. 

Déjame que te hable también con tu silencio 
claro como una lámpara, simple como un anillo. 
Eres como la noche, callada y constelada. 
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. 

Me gustas cuando callas porque estás como ausente. 
Distante y dolorosa como si hubieras muerto. 
Una palabra entonces, una sonrisa bastan. 
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


Puedo escribir los veros más tristes esta noche...

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.


Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.


Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.




elata la historia de dos mujeres afganas de orígenes dispares y cuyos destinos  se entrelazan  por obra del azar; la una, hija ilegitima de un rico hombre  de negocios a quien a los quince años le cambia la vida  cuando su padre la envía a Kabul a casarse con un zapatero 30 años mayor que ella; veinte años después, este hombre recoge a una niña de quince años  y la lleva a vivir con ellos; pese a la diferencia de edades, entre las dos mujeres se da una relación tan fuerte que logran unirse para afrontar las terribles circunstancias que la rodean.

Nada como el libro. 


Novela escrita por Michel Ende




Mil novecientos ochenta y cuatro (más conocida como 1984) (en inglés Nineteen Eighty-Four) es el título de una novela de política ficción distópica escrita por George Orwell en 1948 y editada en 1949. En la novela el estado omnipresente obliga a cumplir las leyes y normas a los miembros del partido totalitario mediante el adoctrinamiento, la propaganda, el miedo y el castigo despiadado. La novela introdujo los conceptos del siempre presente y vigilante Gran Hermano, de la notoria habitación 101, de la ubicua policía del pensamiento y de la neolengua, adaptación del inglés en la que se reduce y se transforma el léxico -lo que no está en la lengua, no puede ser pensado-. Muchos comentaristas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad Orwelliana. El término Orwelliano se ha convertido en sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela. La novela fue un éxito en términos de ventas y se ha convertido en uno de los más influyentes libros del siglo XX.


Luis Cernuda

Eras, instante, tan claro...

Eras, instante, tan claro. 
Perdidamente te alejas, 
dejando erguido al deseo 
con sus vagas ansias tercas. 

Siento huir bajo el otoño 
pálidas aguas sin fuerza, 
mientras se olvidan los árboles 
de las hojas que desertan. 

La llama tuerce su hastío, 
sola su viva presencia, 
y la lámpara ya duerme 
sobre mis ojos en vela. 

Cuán lejano todo. Muertas 
las rosas que ayer abrieran, 
aunque aliente su secreto 
por las verdes alamedas. 

Bajo tormentas la playa 
será soledad de arena 
donde el amor yazca en sueños. 
La tierra y el mar lo esperan.







Nanas de cebolla

La cebolla es escarcha 
cerrada y pobre: 
escarcha de tus días 
y de mis noches. 
Hambre y cebolla: 
hielo negro y escarcha 
grande y redonda.

En la cuna del hambre 
mi niño estaba. 
Con sangre de cebolla 
se amamantaba. 
Pero tu sangre, 
escarchada de azúcar, 
cebolla y hambre.

Una mujer morena, 
resuelta en luna, 
se derrama hilo a hilo 
sobre la cuna. 
Ríete, niño, 
que te tragas la luna 
cuando es preciso.

Alondra de mi casa, 
ríete mucho. 
Es tu risa en los ojos 
la luz del mundo. 
Ríete tanto 
que en el alma al oírte, 
bata el espacio.

Tu risa me hace libre, 
me pone alas. 
Soledades me quita, 
cárcel me arranca. 
Boca que vuela, 
corazón que en tus labios 
relampaguea.

Es tu risa la espada 
más victoriosa. 
Vencedor de las flores 
y las alondras. 
Rival del sol. 
Porvenir de mis huesos 
y de mi amor.

La carne aleteante, 
súbito el párpado, 
el vivir como nunca 
coloreado. 
¡Cuánto jilguero 
se remonta, aletea, 
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño. 
Nunca despiertes. 
Triste llevo la boca. 
Ríete siempre. 
Siempre en la cuna, 
defendiendo la risa 
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto, 
tan extendido, 
que tu carne parece 
cielo cernido. 
¡Si yo pudiera 
remontarme al origen 
de tu carrera!

Al octavo mes ríes 
con cinco azahares. 
Con cinco diminutas 
ferocidades. 
Con cinco dientes 
como cinco jazmines 
adolescentes.

Frontera de los besos 
serán mañana, 
cuando en la dentadura 
sientas un arma. 
Sientas un fuego 
correr dientes abajo 
buscando el centro.

Vuela niño en la doble 
luna del pecho. 
Él, triste de cebolla. 
Tú, satisfecho. 
No te derrumbes. 
No sepas lo que pasa 
ni lo que ocurre.













Alumnos de la Facultad de Comunicación:








Completamente viernes
Por detergentes y lavavajillas
por libros desordenados y escobas en el suelo
por los cristales limpios, por la mesa
sin papeles, libretas no bolígrafos,
por los sillones sin periódicos
quien se acerca a mi casa
puede encontrar un día
completamente viernes.
Como yo me lo encuentro
cuando salgo a la calle
y está la catedral
tomada por el mundo de los vivos
y en el supermercado
junio se hace botella de ginebra
embutidos y postre,
abanico de luz en el quiosco
de la floristería,
ciudad que se desnuda completamente viernes.
Así mi cuerpo
que se hace memoria de tu cuerpo
y te presiente
en la inquietud de todo lo que toca,
en el mando distancia de la música,
en el papel de la revista,
en el hielo deshecho
igual que se deshace una mañana
completamente viernes.
Cuando se abre la puerta de la calle,
la nevera adivina lo que supo mi cuerpo
y sugiere otros título para este poema:
completamente tú,
mañana de regreso, el buen amor,
la buena compañía.
Merece la pena
Sobre las diez te llamopara decir que tengo diez llamadas,otra reunión, seis cartas,una mañana espesa, varias citasy nostalgia de ti.
Sobre las doce y mediallamas para contarme tus llamadas,cómo va tu trabajo,me explicas por encima los negociosque llevas en común con tu ex-marido,debes sin más remedio hacer la compray me echas de menos.El teléfono quiere espuma de cerveza,aunque no, la mañana no es hermosa ni rubia.
Sobre las cuatro y mediacomunica tu siesta. Me llamas a las seis para decirmeque sales disparada,que se queda tu hijo en casa de un amigo,que te aburre esta vida, pero a las siete debesestar en no sé dónde,y a las ocho te esperanen la presentación de no sé quiény luego sufres restaurante y copascon algunos amigos.Si no se te hace tardeme llamarás a casa cuando llegues.
Y no se te hace tarde.Sobre las dos y media te aseguroque no me has despertado.El teléfono busca ventanas encendidasen las calles desiertasy me alegra escuchar noticias de la noche,cotilleos del mundo literario,que se te nota lo feliz que eres,que no haces otra cosa que hablar mucho de mícon todos los que hablas.
Nada sabe de amor quien no ha perdidopor amor una casa, una hija tal vezy más de medio sueldo,empeñado en el arte de ser feliz y justo,al otro lado de tu voz,al sur de las fronteras telefónicas

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