Eran las 8:30 am cuando llegué a la cárcel de hombres la
Modelo de Barranquilla. Tan solo portaba poemas y una botella de agua para
calmar el intenso calor que desde temprana hora enciende a la ciudad.
Sentada en la escalera, esperaba a las tres mujeres que muy
amablemente me habían invitado a realizar una actividad poética adentro del
presidio. La Fundación Casa de Hierro, con la ‘F’ a la cabeza: Fabiola, Faleimy
y Fadir, llegaron minutos después con el poeta que luego recitaría orgulloso de
tan grata compañía, Federico Santodomingo.
Pero entrar en la cárcel no es tan fácil; y suena hasta
paradójico. Mientras hacíamos la cola hasta llegar al reconocimiento, revisión
de cédula, sello y acreditación, se destilaba un devenir de personas: algunas
de visitas, otras por trabajo.
Desde la mañana se apreciaba lo agitado que puede ser un día
como funcionario en la cárcel. Abogados, jueces, sicólogos, personal sanitario
y familiares se amontonaban en la puerta para cumplir su propósito al otro lado
de la reja. Tampoco faltaban las mujeres misericordiosas que, con la virgen
plasmada en sus camisetas, llevan alimento y ropa a las almas desamparadas en
nombre de Dios.
Al fin, después de una larga hora en la puerta, pudimos
pasar. Primero fue el registro, realizado de acuerdo al género sexual de cada
persona. Luego Federico tuvo que pasar a reseñar, nueva política de la cárcel
que pretende asegurar la limpieza penal del invitado a través del registro de
sus huellas dactilares.
El agua mañanera había hecho mella en mi organismo y por
necesidad mayor tuve que separarme del grupo. Mientras caminaba por los
pabellones, acompañada por el profesor de la cárcel, los reclusos gritaban
desde sus habitaciones cerradas: “profesor, regáleme una revista para leer”.
Regresé lo antes posible y ya estaban todos los presos
sentados en la sala que nos habían dispuesto para la lectura. No había más de
veinte hombres. Federico abrió el recital, mientras los invitados, en silencio
y con la mirada clavada en nosotros, escuchaban cada palabra como si fuera el
respiro de un aire nuevo.
Las organizadoras interactuaron con ellos, creando el
aeropuerto de versos. Diseñaron un par de aviones de papel y comenzaron a
lanzarlo al azar entre los asistentes; a quién le cayera debía de escribir un
verso, un sentimiento, un deseo, o simplemente su nombre.
Procedí a mi lectura mientras veía cómo alguno de los
asistentes ahogaba sus ojos en lágrimas que luchaban por no salir. Varios de
ellos compartieron sus breves pero admirables experiencias poéticas. “Cuando la
puerta se cierra, es como si se cerrara el alma”, apuntó el poeta Santodomingo, “pero el alma no se muere, sino que se
limpia”, concluyo.
Agradecidos por la visita corrieron a que firmásemos los
libros que la Casa de Hierro les había regalado. “Me encanta leer y me gustaría
poder escribir poesía. A veces lo intento y escribo páginas enteras”, dijo
entre susurros uno de los reclusos que se me acercó. A él le dediqué unos
versos de fuerza y libertad, él me dedicó una sonrisa.
La hora del almuerzo se acercaba y con ella nuestra
despedida. Todos nos agradecieron la visita. “Aquí es como si el tiempo no
pasara y cuando alguien llega podemos hablar de ello durante meses”, confiesa
un recluso.
Salíamos, cuando un joven, sacando sus brazos entre las
rejas, preguntó: “¿son de la jurisprudencia?” y Federico Santodomingo, mirándolo
de frente, abriendo sus brazos y mostrándole su poemario como única arma,
respondió: “Tan solo soy un humilde poeta”.
Mientras nos girábamos, el chico gritó: “¡Poeta! Regálame una poesía”. Nos
detuvimos entre sonrisas cómplices. “Es para mi novia”. El poeta arrancó un
poema de su libro y se lo entregó. Dejando atrás el patio, alcanzamos a
escuchar: “todo lo que sé, lo aprendí de las mujeres”, le recitaba el preso a
sus compañeros.
Esas fueron las últimas palabras sensatas que me acompañaron
mientras abandonaba el recinto y evitaba escuchar los cortejos, fuera de tono y
de lugar, que los funcionarios de la cárcel susurraban a nuestro paso.
Todo el respeto que dentro sentí se perdió cuando cruzaba
hacia la salida, hacia aquello que muchos llaman: libertad.
Publicado en: www.lachachara.co