A
las afueras de Barranquilla, donde el mar se une con el río Magdalena y lo mancha
de un oscuro ceniza, se encuentra una población pesquera que vive inmersa en el
mar y sus aguas; fuente de vida en el día a día de los pescadores.
El
paisaje, encauzado por el mar Caribe a la izquierda y el río Magdalena a la
derecha, invita a un embriagador paseo colmado de señas marítimas y decoros
costeños. Las casas de madera, construidas con los bienes naturales de la
tierra y, los lugares enraizados para la pesca hacen de Bocas de Ceniza un
lugar apacible y opulento para contemplar el trabajo diario de sus habitantes.
El
interés por este lugar se remonta a 1824 cuando se dio la primera navegación
fluvial con buques de vapor. Posteriormente, con la construcción del
Ferrocarril Barranquilla-Salgar cincuenta y dos años más tarde y con el traslado
de la Aduana Nacional, se llevó a cabo la construcción de un paso artificial
que abriera y habilitara el sector de Bocas de Ceniza para el comercio marítimo.
Sin
embargo, a este fragmento lineal de tierra y rocas se le une no solo la
actividad comercial sino la turística. Gracias a las vagonetas impulsadas por
motor que recorrer las vías del camino, muchos curiosos y visitantes pueden llegar
hasta la punta y contemplar como el mar se tiñe de color debido a los desechos
que el río desborda sobre el plato infinito.
Los pescadores echan la malla al mar y aguardan en el agua a que la pesca sea productiva.
Las mujeres participan en la recogida del pescado y comercializan con él buscando las mejores ganancias.
El contraste con la ciudad industralizada y comercial es palpable en cada esquina del camino.
Los más pequeños también participan en la pesca y aprenden desde muy joven las trabas del oficio.
El trabajo se nota en la piel curtida de cada pescador que labran en sus orillas el presente de cada día.
El joven, recreando una imagen tradicional y duradera en el tiempo, lanza la tanza en la orilla del mar y espera coger un buen pescado.
El mar se tiñe de ceniza al chocar con el río justo en el límite, donde acaba el espigón de roca que los separa.
‘El viejo y el mar’ de Hemingway recuerda a esta escena en la que el viejo contempla desde su hogar la tranquilidad del mar.
En el camino, hay diversos lugares para degustar el pescado fresco recién cogido.
Los niños también son protagonistas de este ciclo, su agilidad y viveza representa una parte importante para ayudar a los mayores.
El día, casi coincidiendo con la noche, da paso al cielo oscuro, y la luz se oculta tras el horizonte del mar.